Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 7 de noviembre de 2016

Dos corazones en una vieja casa




Corazón de niño le llamaban, habitaba en una vieja casa con ventanas de madera, pintadas de colores al igual que sus puertas. 

Permanecían así desde que un día una mujer entró por la puerta equivocada. Nadie se había percatado de que Corazón de niño no distinguía las puertas de entrada.

La cocinera, una mujer de buen corazón, creyó morir de un susto cuando la vio llegar; vestimenta negra muy escasa, tejido fino, lencería de gama alta, y una roja sonrisa de oreja a oreja que a Corazón de niño le hacía feliz.

Ambas mujeres se cruzaron entre los utensilios de cocina. No salían de su asombro.

Su hermano Jaime decidió pintar de colores las puertas, una verde, una roja, una violeta…Corazón de niño supo entonces que su puerta era verde, ¡una puerta sólo para él! se sintió feliz.

La casa estaba desvencijada, se reparaba cada año antes de Navidad. En esa época llegaban  los parientes, la encontraban hermosa y se preguntaban el porqué de tanta variedad de colores, a lo que Jaime contestaba que a él le gustaba así, y que era una imitación de las casas de Burano en Italia, ambos hermanos reían a carcajadas. 

La cruda realidad se disfrazaba de comedia.

Cuando Corazón de niño tenía tareas que hacer o bien permanecía en sus “clases” de terapia, llegaba Encarna de visita, una amiga de Jaime que les quería mucho, a corazón de niño le caía bien porque le traía regalos. 

Jaime llevaba colgadas de su espalda mil llaves, una para cada puerta, otra para los cerrojos de las viejas ventanas; temía que un día su hermano se cayera por una de ellas. Las llaves del garaje y del taller, porque a Corazón de niño le gustaba jugar con las herramientas, Jaime temía que pudiera lastimarse.

Cerró también con llave su propio corazón que sufría de compasión e incertidumbre. Esos sueños que llevamos tan dentro quedaron para Jaime en un cofre cerrado, aparcados para mejor ocasión; sueños de niño forjados con  ilusiones, donde nada ni nadie pasa desapercibido; Jaime dejó a buen recaudo sentimientos, inquietudes…

Le acompañaba la soledad, su hermano y alguna visita de vez en cuando.
Entre tanto, Corazón de niño disfrutaba del lugar y de aquella casa que en cada rincón conservaba su esencia y su historia.

Nunca  se percató de la existencia de llaves.


María Teresa Fandiño

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