Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 27 de julio de 2015

Siempre nos quedará París



Estuve en París hace muchos años. Era muy joven y la idea del viaje me daba vértigo. Teníamos quince días por delante para disfrutar de la ciudad.

El viaje lo hicimos en coche para dedicar el camino a visitar las ciudades de la ruta y parar en la campiña a comer sentados sobre la hierba. Nos habían prestado un apartamento en Paris… ¡Un sueño!

Podría hacer la lista de sitios recorridos; los paseos junto al Sena; los bocadillos devorados en un banco a la espera que se abriera el Louvre; Notre Dame y el huevo duro con café con leche que me tomé en un cafetín contemplando sus torres aparentemente inacabadas; la Saint Chapelle con sus vidrieras imposibles; las escaleras hacia Montmartre; los recorridos en metro; la Bastilla, la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad…

Desde entonces a hoy han cambiado muchas cosas; la primera de ellas es que ha pasado el tiempo y ese Paris recorrido en metro o paseado, dependiendo de la hora, está casi borrado de mi recuerdo. ¿Siempre nos quedará París?

“¡Siempre nos quedará París!”,  dice un personaje de película en blanco y negro.  Me viene esa frase a la memoria desde  la neblina de los recuerdos de mi infancia. Es lo que pensé al rato de leer el título de la convocatoria. Ese era un tiempo escondido y abandonado a su suerte en mi recuerdo. Por eso desestimé inmediatamente la posibilidad de escribir algo sobre el tema.

La idea me volvió a la cabeza hace dos noches; y el insomnio me hizo rescatar, de ese fragmento dormido de mi cerebro, cosas que creí enterradas para siempre.

Una película vista en la tercera fila de un cine de sesión doble con el suelo lleno de cáscaras de pipas y olores de ozonopino, cuando mi abuela me recogía los viernes por la tarde del colegio. Las caras enormes, casi encima de la mía, y unos diálogos incomprensibles. Un hombre que fuma, un pianista, una mujer que llora… Parece que quieren estar juntos, pero no puede ser. ¡Tócala otra vez, Sam! Un pianista amable, una cerveza… y el hombre que entra en la sala y no sonríe mientras ordena al pianista que no la toque. Un avión, una mirada, un gendarme, una guerra, una ciudad: Casablanca.

“El tiempo pasará” es el tema central de la banda sonora. Él no quiere que Sam la toque… Cuando el tiempo pasa, ese tiempo ya no puede volver. Tal vez sea esa la razón de la orden que recibió el pianista amable. Nosotros seguimos adelante, sobre todo si tenemos claro el camino a seguir. Y Rick Blaine lo tenía claro.

Esas semanas en París, que disfruté por fuera pero que padecí por dentro, marcaron el principio y el final de una felicidad que nunca existió. Lentamente, fui tomando decisiones que me hacían sentir mejor. Pero me fueron alejando de mi compañero de viaje.

Ya no queda París ni quiero que me quede. Aunque me alegro de haber escrito estas líneas como homenaje a esa magnífica mujer, mi abuela, que nunca salió de su ciudad porque le daban miedo los barcos y los aviones. Nunca fue a París.

Ahora casi tengo la certeza de que mi abuela, cinéfila hasta la médula en un tiempo en que las mujeres no salían solas a la calle, también intentaba huir de algo que no pudo resolver y que recortaba su libertad. Se consolaba yendo al cine cada vez que alguien la acompañaba y que casi siempre era nadie. Estaba sola, pero me tenía a mí por lo menos los viernes.

Me tengo a mi misma… porque, como decía la canción, el tiempo pasará…

Y pasó.

¡No la vuelvas a tocar, Sam!

Ya nunca me quedará París.

Mª del Carmen Baeza Verdú

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