Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

lunes, 20 de julio de 2015

Cronos en París



El teléfono sonaba y de seguro llevaba rato haciéndolo, porque el volumen elevado del timbre no era el mismo que en los primeros tonos. Bajó las escaleras deprisa, en algún tramo de dos en dos, para llegar cuanto antes al aparato sabiendo de la poca paciencia que tenían algunos. Ni arriesgándose a romperse la crisma llegó a tiempo; quien estuviera al otro lado había colgado, pero el parpadeo de la pantalla demostraba que la llamada había sido real. Recuperó el número, pensando como tantas otras veces que era mejor cuando los teléfonos no daban pistas sobre los mismos. Te ahorrabas, en el peor de los casos, mudar la voz hacía un tono impersonal, para informarte de quien se hallaba al otro lado en el hipotético caso de que el número fuera desconocido.
Andaba manipulando botones cuando la vibración seguida del sonido hizo que casi se le cayera de las manos. Era Aurora y no lo sabía porque reconociera el número, sino porque al tenerlo en la agenda su nombre aparecía reflejado en la parte superior. Algo grave tenía que haber sucedido para que la llamara en pleno viaje. Era un acuerdo sin palabras, nada de llamadas fuera del territorio nacional que luego la factura se disparaba con esa manía que tenían las compañías telefónicas de cobrar en esos casos a ambos usuarios.
― Diga…
― ¡¡¡Me caso!!!
Esta vez el móvil se le cayó de las manos, la carcasa por un lado, la batería por otro y aquella voz emergiendo del suelo y susurrándole al oído: “me caso, me caso”
― Y encima se lo pide en París― se lamentó mientras se arrodillaba para recoger las distintas partes del aparato.
Ya en pie, cogió el grueso cenicero que ofrecía la mesa a los amigos fumadores y con rabia lo tiró contra el cuadro de Montmartre situado sobre el sofá, el cristal se hizo añicos “El hombre de la lluvia” levantó la mirada y se rió.
Paseaba como fiera enjaulada entre los muros del adosado, contuvo las ganas de seguir rompiendo cosas. Práctica al fin y al cabo, no era cuestión de destrozar muebles que con su exiguo sueldo tendrían difícil reemplazo. Pero aquel era su viaje. La caja de zapatos rescatada de lo alto del armario, dejó a la vista postales, folletos e itinerarios. También una fecha, abril de 1996, justo cuatro años antes.

No se habían extinguido los ecos de la última campanada cuando el virus hizo su aparición.
Atónita, Silvia vio como Andy levantaba a Aurora del suelo y la besaba. Aurora con mirada enamorada respondía con pasión a ese beso. El feliz año nuevo quedó obsoleto entre los labios ya que pocos fueron los cerebros que no se vieron afectados; el tan traído y llevado cambio de milenio había borrado en gran parte de la población la memoria reciente de su vida. Como si nada hubiera cambiado, pero todo diferente, personas, sentimientos, paisajes… todo lo acontecido en la última década del siglo XX se había difuminado entre velos de neuronas defectuosas. El tan temido efecto 2000 no afectó a los aparatos electrónicos, afectó a las personas.
En uno de sus muchos intentos por hacer que recuperara la memoria, le habló del viaje planeado, de cómo a lo largo de esos cuatro años habían ido ahorrando con mucho esfuerzo, hasta conseguir reunir la cantidad necesaria. Buscaba complicidad, pero lo que vio al mirarlos no presagiaba nada bueno. Comprendió que Andy, su Andy, era Andrés, el amor universitario de su hermana, aquel con el que planeaba viajar a París cuando finalizaran la carrera y que de un día para otro, dejó de ser nombrado en las cartas que ésta enviaba a casa. Recordó ahora, que cuando los presentó, ella levantó un muro reforzando  su territorio, e ignoró que se conocían con cortesía pero firmeza ¿Defensa o ataque?
Estando los dos afectados por aquel virus e instaladas sus mentes a finales de los ochenta, retomaron lo que quedó inconcluso y decidieron llevarlo a cabo. Con prisas reservaron los billetes y aquel precioso hotel desde cuya ventana se veía el monumento más emblemático de la Ciudad de la Luz.
El móvil abandonado, zumbó con la llegada del sms
“Hermosa la Torre Eiffel. Miles de bombillas iluminan el cielo de París”
Bip, bip
“Estoy deseando regresar y mostrarte el precioso anillo de compromiso que Andy me ha regalado”
Un tercer mensaje hizo su entrada en el terminal
“Despídete de Andy. Te quedaste sin París
Feliz año nuevo hermanita


Dolores Leis Parra

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