Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

viernes, 31 de enero de 2014

El mito de Sísifo, de Albert Camus (Reseña nº 600)


Albert Camus
El mito de Sísifo
Alianza Editorial, 2013


Recientemente se cumplía un siglo del  nacimiento de un genio de mente lúcida y literatura  desoladora que marcó un antes y un después en el pensamiento occidental con obras como El extranjero, La peste o esta que nos ocupa: El mito de Sísifo. Publicada originalmente en 1942 se ha vuelto a reeditar numerosas veces hasta entrado el año 2013.

Albert Camus (1913-1960) fue galardonado con el premio Nobel por  «el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy». Esta breve acotación  valdría para definir El mito de Sísifo. En él se abordan diferentes cuestiones filosóficas y artísticas, enlazando arte y pensamiento, literatura y conciencia. Antes de avanzar en esta reseña he de aclarar que no soy filósofo ni gran conocedor de los vericuetos que la literatura del absurdo y existencialista han trazado en la historia. Tan solo, esbozo algunas líneas, desde la admiración y el asombro ante tal obra.

Encontramos  un apartado dedicado al suicidio y a lo absurdo en el que nos advierte que el suicidio es el único problema filosófico realmente serio, porque matarse es ‘confesar que la vida nos supera o que no la entendemos’. Cierto es que en un mundo en el que la oscuridad nos oprime uno no puede menos que sentirse un extranjero, sin tierra y sin esperanza. Y que la muerte voluntaria se antoja una plausible salida.

El asunto del absurdo es abordado con profundidad. Camus nos habla de un sentimiento que puede aparecer en cualquier momento y que de él han surgido las grandes obras. Porque los hombres al sentirse absurdos no pueden evitar convenir que la existencia es compleja. La muerte no la conocemos sino por experiencias ajenas, así que es preferible no ser dramáticos al respecto. Todo es absurdo y basta con aceptarlo para no volvernos locos. Recientemente leí a Vila-Matas en su último libro-entrevista publicado, Fuera de aquí (Galaxia Gutenberg), y que pronto reseñaré, que el mundo era un teatro y que hay dos tipos de personas. Las que se dan cuenta y siguen actuando y las que al descubrirlo enloquecen porque no pueden soportarlo. Tal vez Camus está entre las primeras, pero no solo siguió actuando, sino que describió algunas de las pautas para que esa interpretación no nos hiciese peores actores.

Para ilustrarnos, nos mostrará ejemplos de vidas absurdas, entre ellas la de Don Juan, el hombre que vive su vida sin plantearse ningún dilema moral, con un amor efímero pero consciente de sí mismo.

Camus incita a la rebelión,  el constante cuestionamiento metafísico como solución única para abarcar el máximo de experiencias posibles, porque ‘vivir una experiencia, un destino es aceptarlo  plenamente’, aceptarlo a sabiendas de que el mundo es absurdo ya que eludir el problema, al contrario que a Eurídice, nos transformará en una sombra. Conocer las reglas del juego, por absurdo que este nos parezca.

Camus también se vale de la literatura para ejemplificar sus tesis en el ensayo ‘La creación absurda’. En este episodio nos dice que el goce por excelencia es la creación, que la creación es vivir dos veces y que como ya aclaró Nietzsche ‘tenemos el arte para no morir de la verdad’. El mundo es extraño y absurdo, de otro modo no haría falta el arte, la creación para explicarlo. Y le pide a la creación lo mismo que le exigía al pensamiento: libertad, rebelión y diversidad.

Dostoiesky ocupa un espacio privilegiado en este ensayo, ya que todos sus personajes, al parecer de Camus, se interrogan sobre el sentido de la vida.
Para acabar, el último capítulo titulado El mito de Sísifo, explora la figura legendaria de aquel que desafió a los dioses. Sísifo fue condenado a una tarea cíclica, absurda, con la que Camus nos explica la simetría de este procedimiento con nuestras vidas, como metáfora de la condición humana.

En esta edición Alianza incluye un breve pero valioso ensayo titulado La esperanza y lo absurdo en la obra de Franz Kafka. En esta pieza nos comunica esos símbolos que rigen la obra del checo, esa ética, esa sumisión a lo cotidiano, esa búsqueda de K. hacia un castillo inalcanzable como nuestro propio destino.

Pedro Pujante

miércoles, 29 de enero de 2014

Vidas, de Patricia E. Blumenreich

Título: Vidas

Autor: Patricia E. Blumenreich
Género: Relatos

Año Copyright: 2003

Una mujer que cree que al resolver el misterio de las pesadillas que la acosan podrá encarar el presente que no entiende, una anciana que busca a su hija difunta y a las plantas que una vez regó, un niño sólo desea una vida mejor, un hombre niega sentimientos que un encuentro fortuito los obligará a nacer...
Estos son sólo algunos de los personajes que integran el conjunto de cuentos que componen Vidas.

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Mundos épicos. Un breve acercamiento a la épica fantástica desde sus orígenes hasta la actualidad.



Desde que el hombre adquirió constancia de sus propias fuerzas, sus debilidades y sus conflictos (interiores y con sus semejantes), ha deseado mitificarlos y “cantarlos”; bien para dejar constancia de sus hazañas, bien para expresar la necesidad de que, ante la adversidad, siempre precisaremos de héroes que nos inspiren para imitarlos y superarnos. De esa forma, la épica y la fantasía heroica (la interpretación mítica de un mundo misterioso y agreste, a la par que fascinante) nos ha venido acompañando, con sus dioses y sus héroes, en la literatura y artes semejantes. Su tema clásico, “el viaje del héroe”, simboliza las etapas que experimenta todo ser humano desde la inocencia al conflicto (sacando fuerzas de flaqueza), para alcanzar el conocimiento de los propios dones y, por tanto, la sabiduría.

Todas las manifestaciones contemporáneas de este fenómeno comenzaron en las sagas de la Antigüedad: los cantos mesopotámicos (sobre todo, Gilgamesh), las leyendas del antiguo Egipto, los poemas homéricos, y las narraciones grecorromanas (bien de su mitología, bien de sus propias hazañas bélicas, muchas veces complicadas de desligar entre sí). Sentaron unas bases para la literatura futura que, según algunos expertos y con cierta razón, sólo ha sido imitación de esas famosas sagas.

Tras el declive de Roma, la herencia la recogen los Cantares de Gesta medievales, (Beowulf, Roland, el Cid, por citar algunos) y los Ciclos Artúricos, que terminaron desembocando en las novelas de caballerías y las bizantinas, repletas ya de los arquetipos más conocidos o maniqueos: la bella dama y su amor cortés, el malvado brujo, el caballero brillante, etc.

El género experimentó un renacer en forma de poesía narrativa durante la época romántica (donde comienza a cobrar fuerza el concepto del antihéroe) y ha venido evolucionando siempre parejo y asociado a otros como la [mal llamada] literatura “juvenil”. En muchos clásicos de esta última nos reencontramos, en diferentes medidas, con el viaje y los mitos del héroe: Robinson Crusoe, los Viajes de Gulliver, la Isla del Tesoro, Las minas del Rey Salomón, Los Tres Mosqueteros (el folletín por entregas que, en mi tímida opinión, supone los inicios del Pulp), Moby Dick... Una línea continuada por Salgari y su famoso Sandokán. Hay que señalar los aportes del género detectivesco donde el protagonista vuelve a ser un ego superior, brillante y arrebatador, pero también desmedido y aislado (por culpa de sus singulares y extraordinarias dotes) de la masa a la que auxilia, como ocurre con el mayor detective del mundo, Sherlock Holmes.


No debemos olvidar que cada cultura ha ido sumando sus propios referentes con el avance de las épocas. Cuando el mundo se redujo drásticamente al principio del siglo XX (por la mejora tanto en comunicaciones como en los transportes y ciencias) las influencias de otras mitologías (orientales, nativas americanas, precolombinas, africanas, australianas, nórdicas) se hicieron más patentes en las producciones occidentales. Ya estaban presentes, pero se fueron incorporando definitivamente en la conciencia popular (las 1001 Noches, por citar un ejemplo), para crear un todo completo y orgánico durante el siglo XX, donde la épica fantástica se definió con sus características contemporáneas.

Aquí se suelen percibir dos grandes tendencias, ligeramente diferenciadas. Mencionaré dos autores relevantes de cada una.

En Europa hallamos la rama inglesa, de intenciones literarias más elevadas, más densas y profundas, que bebe sobremanera tanto de las herencias artúricas y gaélicas como del cristianismo. La representan, sobre todo, CS Lewis (Las Crónicas de Narnia) y JRR Tolkien (El Señor de los Anillos). Éste último continúa siendo el mayor exponente y “padre a imitar” del género hasta la fecha, respetado y adorado casi con fanatismo por la profundidad de los mundos que creó, ya que se trataba de un profesor erudito que llegó a elaborar mapas, detalladas descripciones mitológicas y hasta lenguajes propios para sus tierras imaginarias.

Después tenemos la vertiente americana, que se originó en la era dorada del Pulp llamada así por la calidad escasa del papel en el que se imprimían revistas como Weird Tales y Amazing Stories. Presentaban relatos de extensión reducida y aparente menor calidad literaria donde preponderaban unas tramas trepidantes y ágiles, sin tiempo para el dibujo pormenorizado de escenarios o caracteres. No obstante, a los lectores les resultaban (siguen resultando) profundamente entretenidas, divertidas y menos serias. Sus fuentes son heterogéneas (respondiendo a la necesidad de una nación “creada”, también heterogénea, con poca historia propia y sin mitos antiguos que la respalden), por lo que cada comprador podría encontrar algo que se adaptase a sus gustos, ya que se mezclaban con alegría mundos épicos, exóticos y lejanos: una inventada antigüedad precataclísmica, el viejo Oeste, el terror, la ciencia ficción, etc. Dos autores (entre muchos) han gozado de gran relevancia posterior. El primero, Edgar Rice Burroughs, con sus icónicos John Carter y el archiconocido Tarzán. El segundo representa el pináculo de esta corriente, cuyos personajes son recordados y reelaborados mucho después de su muerte: Robert E Howard, creador de Rey Kull, el cazador de brujas Solomon Kane y, en especial, Conan (epítome de la “espada y brujería”).

Sin duda alguna, el siglo XX supuso un debilitamiento de las fronteras entre las narraciones y sus soportes tradicionales. Literatura, radio, cine y cómic comenzaron a influirse para conformar una aleación de géneros profundamente interdependientes. Es el mundo del cómic quien recoge sobremanera estas herencias de los héroes. Partiendo de los entrañables comienzos (con Flash Gordon, Mandrake, y el Hombre Enmascarado) se moldeó a los grandes mitos modernos que respondían a la necesidad estadounidense de portar el estandarte moral de su victoria en las guerras mundiales: se crearon los Súper Héroes, los nuevos semidioses griegos. Aparecieron figuras como los Cuatro Fantásticos (una familia mágica), Batman (el mortal que se compara a los dioses a base de tesón e intelecto superior), Spiderman (el joven que descubre que un poder conlleva una gran responsabilidad). Aún así, por encima de todos, amado y odiado a partes iguales, se alza el gran icono del POP, sobre el que han llovido ríos de tinta (no sólo la colorida del cómic, sino la de respetados ensayos) respecto a su simbología: Superman.

De forma paralela, cine y televisión recogieron la adicción (progresivamente más visual e inmediata) al espectáculo por parte de un público voraz y perezoso. En especial, desde los años 70, las grandes pantallas han venido respondiendo y tocando la fibra que subyace en los corazones de todos los “mortales” sedientos de héroes que nos guíen e inspiren (aunque resulte un fugaz paraíso artificial y superficial, pero tan emotivo como la propia necesidad). De esta manera, se refrescaban muchos mitos de la antigüedad para una generación que no se solía interesar por ellos hasta después de experimentar los fenómenos de Star Trek y Star Wars (éste último cumple con perfección modélica el viaje del héroe).

De un tiempo a esta parte, con el cambio de siglo, la fórmula resulta obsoleta. Tras del bombardeo ingente de productos imitativos y casi paródicos (pensados para la recaudación desenfrenada y el consumismo), los lectores se están cansando de perfectos modelos sin tacha ni grisura moral, y exigen unos héroes más humanos, complicados, verosímiles.

Se perciben tres corrientes actuales al respecto: traer el mundo inverosímil y mágico a la realidad de autobuses y rutinas (JK Rowling con su Harry Potter y autores más ligados al cómic como Alan Moore y Neil Gaiman) o, por el contrario, barnizar de verosimilitud realista un mundo mágico y ajeno (el ejemplo más significativo es George R. Martin y su Canción de Hielo y Fuego), por último, recogiendo la más pura herencia de la sátira griega, existe la opción de utilizar los clichés medievales fantásticos para realizar una crítica a las ambigüedades y sinsabores de la sociedad moderna (Terry Prachett y su Mundodisco).

Con independencia del aspecto que cobre su destino, los héroes y sus hazañas siguen más presentes que nunca, pero necesitan de ayuda para seguir latiendo en nuestros corazones con la emoción y la maravilla. No permitan los lectores que sus iconos caigan en el olvido para las nuevas generaciones, resultaría un mundo de escasas esperanzas que los malvados pretenden extender. 

Fernando López Guisado

martes, 28 de enero de 2014

Libros abiertos: Dudas, errores y sombras de Patricia E. Blumenreich


Título: Dudas, Errores y sombras (Doubts, errors and shadows)

Autora: Patricia E. Blumenreich
Género: Relatos

Año Copyright: 2013

Libro de cuentos bilingüe, donde el tema universal de las relaciones humanas juega un papel central en la trama de cada una de las historias que se leen en las páginas del mismo.

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El perfume de las guayabas

Cuando el Dr. Singer abrió el zaguán, lo recibió el perfume de las guayabas. La casa era honda y se llenaba con la luz de los portales. Respiró el espacio, se quitó el sombrero, lo colgó de un clavo y acompañado de su bastón, entró en el comedor. Desde ahí escuchó el ir y venir de los pasos de Merceditas, el tintinear de las pulseras adornando sus brazos y el aire cargado del cu-cú de los pichones que picoteaban las frutas. Recordó el día en que se bajó del tren, empapado de sudor y bajo el cielo luminoso de naranjas. Un ventarrón de pájaros le pasó rozando la cabeza, como si en medio del gentío lo llegara a rescatar el asombro. Siempre que el instante lo sofocaba con las ansias, se consentía a si mismo imaginando.

Del Dr. Singer se sabían con seguridad dos cosas. Tocaba el violín y sentía una extraña fascinación por los fantasmas. En las noches de verano, en las que apenas se acercaba el aguacero y se iba la luz, aprovechaba las reuniones en la banqueta para conversar a fondo sobre sus ideas. Su voz se abría paso en el silencio que dejaba el trueno y arrastrando con su acento las eses y las erres, se le ocurría decir: “Los fantasmas no son las almas sin descanso de los muertos, sino los disfraces de nuestros deseos”. Aunque algunos sacaban en claro que entonces no era lo mismo ser fantasma que ser espanto, lo escuchaban con atención. Sus palabras tenían el peso del hombre culto. 
 
El Dr. Singer se sirvió un plato de caldo y desbarató con los dedos unos granos de sal. Merceditas sentada a su lado, se perdía amorosa en los bordados del mantel. El nunca la había visto reír, pero ella lo miraba como si la felicidad se le hubiera ido a vivir a los ojos.

A Merceditas la conocían de oídas. Respaldaba su existencia el hecho de una sombra que se paraba tras las rejillas de la ventana a esperar al Dr. Singer que llegaba del mercado. Ocupada en recorrer los rincones de la casa, lo que más disfrutaba era ver los rayos de sol jugar en los espejos. Por las tardes con el viento acariciando las hojas de los árboles, el Dr. Singer le hablaba como si le contara un cuento. Sus palabras caían desde muy alto, como un agua de lluvia que al apagarse se quedaba goteando en los paisajes que le dibujaba la memoria. Antes de terminar la plática, sostenía que sus deseos eran como los aromas, cosas sencillas, pero que muy pocos experimentaban el éxito de materializarlos. Pero a Merceditas desde hacía mucho que la perseguían unos pasos. A la hora de dormir un aliento le frotaba el oído y un cuerpo se le sentaba en la cama. Aunque no conocía el miedo, los padres nuestros y las aves marías le refrescaban el alma. 
 
El Dr. Singer se entretuvo en la mesa. Formaba figuritas con las migajas. El zumbido del abanico le cerró los ojos que siguieron mirando, bajo los párpados una pantalla de manchas amarillas. Lo levantaron las campanadas del reloj. Como enmarcada en su virtud, bajo una entrada de luz que espolvoreaba escarcha dorada sobre su pelo negro, sorprendió a Merceditas, tan liviana, atravesar la pared de su cuarto. Frente a las sombras que se quedaron inmóviles en el corredor la vio voltear al cielo, ponerse de rodillas, tomar un puño de tierra y probarlo, la vio cortar con los dientes los tallos de una enredadera y ensartar los cascos de las guayabas para hacerse un collar. Extasiada con su reflejo en los mosaicos de la pila, se desabrochó un botón de la blusa, se emparejó la falda y colocó en su oreja una flor. 
 
El desconcierto, le provocó un vacío que luego vino a llenar la certidumbre. Ella había aprendido a brillar con su propia luz y sin su consentimiento.

El violín sacudió durante horas las horas. Las notas no lograron serenarle la tristeza. Se le desmoronaban los sueños. Desde ese día no pudo encontrar las ganas de seguir viviendo. La lámpara, el espejo, un libro, el peine de carey, los frascos de vidrio de colores, se convirtieron para Merceditas en objetos maravillosos. Saboreaba con las manos la textura de la realidad. Al Dr. Singer se le oscurecieron los asombros. Que los deseos adquirieran el poder de tener deseos, era para él un cruel descubrimiento. ¿Por qué nunca pudo como su Merceditas, dormirse volando?

Una tarde, mientras el sol doraba las bardas, la divisó por última vez. Flotaba entre las nubes de pichones, masticando una fruta, en su vestido entallado de muselina. Practicaba el encanto de desaparecer.

La casa era honda y a lo lejos, con el silencio alumbrándole la cara, el Dr. Singer, escuchó pitar el tren.

 
Rosy Paláu. Naciò en la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Mèxico (1956) Tiene publicados los libros de poesìa: “Quizà el tiempo”, La cabaña editores 1985. “Territorio Indeciso” Universidad autònoma de Sinaloa 1990. “La clara sombra del silencio” Universidad de Guadalajara 1996.  Estamos solos desde ayer. DIFOCUR-Ediciones sin nombre 2007. Y de cuentos: “La casa del arrayàn”. El colegio de Sinaloa. 2005.

lunes, 27 de enero de 2014

De padres, hijos y muerte, de Patricia E. Blumenreich


Título: De padres, hijos y muerte

Autor: Patricia E. Blumenreich
Género: Relatos

Año Copyright: 2006
 
Cuentos, ficciones, pero muchos de ellos pueden haber sido arrancados a la misma vida, a través de sus experiencias con sus pacientes. Autora de un talento especial para escribir sus cuentos.

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La mar




Lamento amargo de callada ausencia
trago largo de envites y retos
acometida suave que borra las huellas
insondable negrura en noches sin luna
coloso gigante
amante inconstante que olvida caricias
y embiste feroz sin piedad ni memoria
voraz enemigo
cruel y traicionero
siembras espanto y dolor

Dulce canción que acuna los sueños
sonrisa que brilla con el bamboleo
meciendo en las olas tu grato recuerdo
imán poderoso de brazos atentos
leal compañero
delirio y deleite que aprieta con furia
y acaricia luego con manos de niño
fecundo aliado
noble y compasivo
engendras placer y pasión

La mar
Destino
Principio y fin.

Maica Bermejo Miranda