Revista de creación literaria en busca de creadores del mundo

jueves, 21 de noviembre de 2013

Viaje fantástico al bosque encantado



Mención de honor en el OCTAVO CERTAMEN NACIONAL Y TERCERO INTERNACIONAL DE CUENTO Y POESÍA JUNINPAIS2009 en el género CUENTO. Traducido en Rumania, al idioma rumano e inglés y difundido en Europa y U.S.A.


Viaje fantástico al bosque encantado


Luego de mis tareas diarias vuelvo a casa. Cansado pero bien. Satisfecho y con deseos de prepararme algo para comer y descansar. Hogar dulce hogar. Aquí estoy frente a la puerta de mi casa. Lo único que me queda por hacer es introducir la llave en la cerradura y girar. La introduzco en el tambor pero la llave no gira. A medida que los segundos transcurren mi impaciencia aumenta. Entonces fuerzo un poco el giro de la misma pero cuidando que la llave no se quiebre dentro. Y hago lo que mucha gente hace en similares circunstancias. Intento girarla hacia el lado contrario. La puerta siempre se ha abierto empujando hacia adentro, sin embargo lo intento también hacia afuera. Soy presa de un ataque de irracionalidad. A veces, cuando se nos presentan situaciones que nos parecen ilógicas respondemos también sin lógica. Como si la falta de lógica exterior sumada a la interior pudieran dar como resultado algo racional o el arreglo de tal situación. Dejo la llave dentro de su cerradura porque tarde o temprano deberá abrirla. No estoy eligiendo llaves al azar para descubrir si tengo suerte. Hace años que esta llave abre la misma puerta. Una pertenece a la otra y juntas me permitirán finalmente ingresar a mi casa. Me separo de la puerta, tomo distancia, miro a mi alrededor observando cada detalle. No vaya a ser que me he equivocado de edificio. O de barrio, de ciudad. Quizás me equivoqué de mundo y para que mi llave funcione debo regresar al mundo en que las cosas son siempre igual. Las mismas llaves abren siempre las mismas puertas. Observo nuevamente la puerta de ingreso a mi casa, la llave dentro de su cerradura. Me digo a mí mismo: "Ésta ha sido siempre la puerta de entrada a mi casa..." Y me quedo pensando: "¿Podría ser acaso que en algún momento dejara de serlo?" Y arremeto contra la puerta en un nuevo intento por abrirla.

Dicen que "la tercera es la vencida" y debe ser verdad, en cierto modo, pues al tercer nuevo intento la llave se parte en dos. Una parte queda dentro de la cerradura y la otra en mi mano. Decepcionado y habiendo perdido un poco los estribos, situación que rechazo sobremanera debido a que muestra mi falta de control y mi necesidad de poseerlo, doy un fuerte puntapié a la puerta con mi pierna derecha. Al seco ruido provocado por mi patada se le agrega el largo rechinar de bisagras herrumbradas. La puerta se abre apenas un muy corto tramo. Mirando la parte inferior de la misma puedo observar lo que la ha frenado en su apertura. Ahí veo asomarse restos de tierra, pastos, yuyos, raíces, plantas. Ya no está el hermoso y brillante piso de mármol que lucía hasta hace un rato en la entrada a mi casa. 

Guardo el inservible trozo de llave en mi bolsillo y me lanzo sobre la indefensa puerta como si ésta fuera la causante de todos mis males. Sabiendo que ya no se trata de cerraduras y llaves, la empujo con todas mis fuerzas aplastando a mis pies algunos yuyos, exprimiendo la clorofila de vivas y verdes plantas, levantando el polvo de la tierra caliente. La puerta cede algo más dejando el espacio necesario para introducirme. Lo hago, y veo salir volando una mariposa de mi casa. Pero ahora que estoy nuevamente dentro puedo saber que mi hogar dulce hogar ya no está. Que la mariposa apareció de un bosque que pareciera estar encantado... y que dudo mucho que pueda adaptarse al lugar adonde voló.

Una fuerte ráfaga de pesado viento cargado de tierra y hojas me golpea derribándome. Cierro mis lastimados ojos y escucho junto con el del viento el sonido de un fuerte portazo a mis espaldas. Y seguido el débil rugir de una fiera. ¡No puede ser! ¡Esto es demasiado! Abro mis ojos todavía irritados y veo avanzando hacia mí un portentoso león... caminando pero siempre en mi dirección. Se encuentra a unos veinte metros de distancia. Giro instantáneamente mi cabeza hacia atrás en busca de la puerta. Pero ya no está. Todo es bosque. Un hermoso bosque encantado, lleno de marrón, dorado y verde. Un lugar donde los rayos del sol parecen danzar con la tupida vegetación. Pero el rugido de la fiera y su lento avance hacia mí me dice que puede que todo no sea tan hermoso como parece. Al menos no para mí. La verdad es que no sé qué hacer. Escapar corriendo de semejante amenaza sería tan ridículo como haber intentado abrir la puerta girando la llave en sentido contrario. Hoy parece ser mi "día de los ilógicos". Me levanto y camino en dirección al león mientras él no deja de avanzar hacia mí. Vuelve a rugir más fuerte. Ya está muy cerca. Me mira y acelera el paso ¿Qué será de mí? ¿Qué será de la mariposa... ya del otro lado? ¿Estará ella más segura que yo? Entonces comprendo que la seguridad nos la brindamos nosotros mismos y nuestra forma de encarar cada situación en la vida. Y no tanto las situaciones o los lugares en los que nos encontremos. ¡Pero el animal cojea! Me acerco a él sin temor. Apenas unos metros nos separan. Cuando observa que me acerco amigablemente se detiene. Su pata trasera derecha sangra y lleva adosada un aparato que parece ser metálico. Vuelve a rugir. Ahora mis oídos identifican el gemido de dolor. Cuando no sabemos interpretar bien una situación debemos esperar hasta poder recabar más datos. Deseo mucho poder ayudar a esta fiera que sufre. Acaricio su melenuda cabeza, irresponsablemente, sin tomar en cuenta que pueda ser la última vez que vea mi mano. O que vea. Pero la bestia se recuesta sobre uno de sus costados y empieza a lamer su herida. Con suavidad, sin prisas, me siento al lado de su trasero, bastante alejado de su cabeza, considerando que se trata de un animal enorme de unos cuatrocientos kilos de peso. Acaricio una zona más elevada de la misma pata pero que no se encuentra herida. Pienso que en la vida a veces  se hace necesario mostrar nuestras intenciones además de tenerlas, para evitar molestas confusiones. Con un poco de esfuerzo levanto su pata herida y muevo apenas el extraño aparato, que parece una trampa. El león emite un estruendoso rugido de dolor e inclina su enorme cabeza hasta mí. El hálito de sus fauces me envuelve mientras comienza a lamer su herida y parte de mi mano que sostiene su pata. Luego me echa una mirada y continúa lamiendo sólo mi mano y parte de mi brazo. Me concentro en el aparato. Son como dos mandíbulas metálicas con afilados dientes cada una. Gran parte de ellos clavados en la pata del animal. Las mandíbulas están unidas por un perno largo. En uno de sus lados alcanzo a ver una pequeña abertura con cierta profundidad. El animal ahora me huele. Huele mi piel transpirada. Sólo espero que mi olor no despierte su apetito.

Me desconecto por un segundo de tan delicada situación y observo a mi alrededor. Todo es silencio y quietud. Nada se mueve. Un hermoso bosque que en este preciso momento más parece una pintura que naturaleza y realidad. ¿Estará todo en esta dimensión atento a lo que sucede? La fiera me mira y espera. Sin pensarlo dos veces, me decido y acerco ambas manos al extraño aparato. Con todas mis fuerzas intento abrirlo, separar sus metálicos dientes clavados sobre la pata del animal. Las fauces de la bestia se abren mostrando su interior del que sale un rugido paralizante. Sólo veo el tamaño de sus colmillos y decido renunciar a mi intento. Quedo mirando el artilugio. El depredador ha cerrado sus fauces. Yo continúo mirando las mandíbulas metálicas mientras siento su áspera y larga lengua recorrer mi mano y parte de mi brazo. Mi vista queda fija en el costado del aparato, donde el perno une las dentadas mandíbulas. Vuelvo a observar esa pequeña abertura, extraña hendidura en el metal. El animal ahora me mira, sólo me mira y espera.

Sin quitar mi vista del ombligo metálico, meto mi mano en el bolsillo y extraigo la parte de la llave de la puerta de mi casa que me ha quedado. Casi sin pensar la introduzco en la ranura y giro. El artilugio cede en su presión, se desarma. Intento quitar los dientes metálicos de dentro de la carne del león pero su rugir me advierte que no prosiga. Me detengo de inmediato. Observo con qué facilidad y destreza el animal se deshace del artilugio y comienza nuevamente a lamer su herida, ya libre otra vez.

Lamidos de curación y lamidos de amor se suceden, unos a otros. Los primeros sobre la pata herida, los segundos sobre mi mano, mi brazo, mi cara. Pienso: "Cuánta más verdadera comunicación puede haber sin palabras". Escucho trinar de pájaros, mezclados sonidos de todas las especies animales. Una cómoda brisa viene a avisarme que todo está bien. Vuelvo a mirar a mi alrededor. Encuentro un bosque lleno de vida. La naturaleza se ha compensado a sí misma.

Me incorporo para irme, aunque en realidad no se adónde. Me encuentro encerrado en mi propia libertad. Pero esto me suena como demasiado mundano, terrenal. Camino... camino... no tengo por ahora otra cosa que hacer, más que caminar. Mi félido amigo aún cojea, pero está a mi lado, no deja de acompañarme. Y mientras camino, pienso: "Cómo es la vida, una situación que debiera ser en extremo peligrosa de pronto se ve convertida en otra de máxima seguridad y protección". ¿Podremos saber con certeza alguna vez lo que nos deparará el instante que llegue luego del que estamos viviendo? Por suerte no.

 En un tramo del interminable bosque mi amigo se me adelanta señalándome un inmenso y robusto árbol más grande que una casa. Y se encamina hacia él. Su diámetro debe superar fácilmente los diez metros. A medida que me acerco puedo observar una clásica abertura oval de aquellas que suelen presentar algunos árboles de cierto tamaño. El animal me mira y yo a él. Avanzo acelerando mi paso hacia ese orificio cuya altura supera la mía. Nos miramos nuevamente con mi mascota cuando veo salir un insecto volando de dentro del árbol. ¡Es la misma mariposa! Y ya sin la más mínima duda entro dentro del árbol. Finalmente, he vuelto a casa.

Relato incluído en nuestra revista nº 1.

Podéis acceder a ella pinchando AQUÍ


Rudy Spillman 
nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, en 1950. Estudió en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. En 1989 se radicó en Israel con su esposa y sus cuatro hijas, donde vive actualmente, en la ciudad de Eilat. Se dedica en forma permanente a la meditación. Ha escrito diez libros, decenas de cuentos cortos y cientos de artículos.

1 comentario:

  1. es extraordinario. Enhorabuena.
    ¡Cuánta lógica ilógica envuelve nuestro camino!, y qué difícil aceptar un mundo en el que se ha disipado la normalidad, lo cotidiano, para dar paso a un continuo asombrroso que atenta contra las leyes de toda razón.
    Muy bonito el bosque encantado, pero, como bien afirmas, ¡eso se avisa, coño,antes de infartar de absurdo!

    ResponderEliminar